viernes, 10 de julio de 2009

Confesiones

Anoche soñé... bueno, no recuerdo el sueño completo, pero en la última parte de mi sueño, mis papás y yo veíamos en un anuncio de T.V. que la casa de Tatiana (sí, la "reina de los niños") se había convertido en una especie de museo, como la casa de Frida Kahlo, y podíamos ir a visitarla. Entonces, como no teníamos nada mejor que hacer un fin de semana (como casi nunca, verdad?) pues les propuse ir, y ahí estábamos. Y lo más gracioso es que era una casa... pues sí, con aires de museo. Arquitectura churrigueresca... parecía el Palacio Nacional por dentro, hahaha. Había fotos de ella y su familia, luego el guía nos platicaba de cómo la maltrataba Andrés Puente o como sea que se llamara su esposo... en fin. Todo "espapirifáctico" el asunto.
Cuando hube terminado de ver lo que había dentro, me fui al área donde venden libros y otras cosas interesantes de arte y cultura. Sí, esa es una costumbre mía cada vez que visito un museo. En ningún otro lugar encuentro tantos tesoros concentrados. Me puse a cantar. También tengo esa costumbre, siempre que estoy vagando sola por un lugar... me pongo a cantar. He llegado a la conclusión de que más que un acto instintivo, es algo que hago para no sentirme estúpida o perdida vagando sola; es un método que uso para concentrarme y no permitirme mirar a nadie a los ojos... sé que quizás es más estúpido ver a una persona que canta mientras vaga, pero en mí ocurre lo contrario: el cantar me da seguridad.
En eso estaba cuando escuché que alguien comenzaba a cantar en voz alta también, la misma canción que yo. Creo que estaba practicando o algo, y al parecer venía acompañada, porque entre risitas hacía comentarios del lugar donde se iba a presentar. Tenía una voz algo presumida. Yo continuaba viendo libros, pero seguía escuchándola. Me desconcentró. Ella seguía cantando y al escuchar su impresionante y melodiosa voz dejé de cantar yo. Ella... cantaba mejor que yo. Por mucho. Llegaba a esa nota sostenida que yo he podido dar contadas veces solamente arañando. Cuando al fin pude dignarme a voltear a verla, me di cuenta de que era una chica bastante corriente. Es decir, no poseía una belleza extraordinaria, se veía más desarreglada que yo... y eso ya es decir bastante. Luego vi que llegaron más personas con la misma clase de atuendo que ella. Ella se iba transformando hasta parecer la Madre Teresa, pero con el tamaño del famoso Margarito... igual, con muchas arrugas y con lentes. Y las luces se apagaron, el salón se iluminaba por focos de colores y ella estaba al centro. Entonces comenzaba a inundar el museo con su potente y preciosa voz. Y sentí envidia.
Mis padres ya querían irse, así que los acompañé a la salida, pero antes de salir, volteé hacia donde estaba aquella mujer... y me di cuenta de algo. Debo dejar de asociar la belleza con la perfección y el talento. A nadie le importaba cuán horrible podía ser ella, porque cantaba mucho mejor que muchas cantantes más bellas que yo conozco...
Con un poco de suerte, analizando mi sueño, esa mujer podía ser yo...

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